El niño
que no juega no es niño,
pero el
hombre que no juega perdió
para siempre al niño que vivía en él y que le
hará mucha falta,
Pablo
Neruda.
Lumen de infancia.
Como el día, corto para la luz
largo para la flor de primavera ausente.
Así es la niñez.
Un pulso robado al cáliz de la templanza
abrigando las esperas en la espuma del tiempo.
Música incesante en los ojos
asombrados al corcel donde moran las jubilosas aguas.
¡Qué no se lleve nadie
largo para la flor de primavera ausente.
Así es la niñez.
Un pulso robado al cáliz de la templanza
abrigando las esperas en la espuma del tiempo.
Música incesante en los ojos
asombrados al corcel donde moran las jubilosas aguas.
¡Qué no se lleve nadie
esa mirada de leche y llanto,
de arroyo en los tendones, de platas de lunas,
de arroyo en los tendones, de platas de lunas,
de borrón y cuenta nueva, de príncipes
entronados en las idénticas estrellas de
agosto!
Qué nadie se las lleve.
¡Jamás!
Que tus manos no perezcan al asombro
Que tus manos no perezcan al asombro
y su conjunto
y no sepan de las negras pieles del desengaño
y no sepan de las negras pieles del desengaño
su amarga conjunción.
De la guerra te libre el cayado de la sabiduría.
De la guerra te libre el cayado de la sabiduría.
Que la esclava herida del recuerdo te sea
benevolente,
cuando lo desconocido se haga noche en
tus brazos.
Que tus piernas sean ramas huidizas
Que tus piernas sean ramas huidizas
al viento perenne de la desidia.
En tu pecho la magnolia de aquella plegaria
no perezca seca al intento,
En tu pecho la magnolia de aquella plegaria
no perezca seca al intento,
y tu puño acoja dioses redimidos.
De las bilis sanguinarias te cobije la compasiva mano
De las bilis sanguinarias te cobije la compasiva mano
de la tierra. Que el exilio sea sólo una
palabra.
Que tu techo sea caldo y lumbre,
Que tu techo sea caldo y lumbre,
hogar del apátrida, árbol de redención.
nana y cebolla, cielo y pan.
Nadie se lleve, que nadie toque, que
siempre sean,
templo de arcángeles tus labios,
silenciosos
para el injusto, justos para los
oprobios.
No juzgue tu boca lo desconocido.
Sea la memoria,
un acopio de luces, de muchas luces
por si llegasen tiempos de sombra.
Que el perdón sea mimbre amarrado a tu
cabello.
Recreo continuo de lo vacuo de la
vengativa,
sean tus leyes.
Y cuando la estatura sea la justa
midas ese sueño que te guardabas,
y abierto al espejo de los años,
te reconozcas en él.
Cariño, maravilloso y tierno poema a la inocencia, algo ya raro puesto que se pierde a edades más tempranas. Tqm
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